sábado, 28 de febrero de 2015

No, no puede caber aquí

Entre un “Oye, sólo te molesto para enviarte un beso, que hace una semana que te conocí.” y un “Pues yo ahora me voy al cine. Llama tú si quieres.” caben muchas cosas.
Caben insinuaciones; caben piropos; caben reproches, insultos y mentiras. Caben promesas que se lleva el viento. Cabe cariño. Cabe rabia. Cabe la decepción. Cabe el descubrimiento. Caben muchos “tengo ganas de verte” y otros tantos “este finde no puedo”. Cabe un día perfecto. Caben cosas de las que no me siento orgullosa y cosas de las que él no tiene remordimiento alguno. Cabe la contención. Cabe un complejo de superioridad. Cabe todo lo que quiso contarme y no quise creer. Cabe un juego de poderes y hasta un adiós fallido. Por caber, caben incluso tres personas.


sábado, 17 de mayo de 2014

Hola guapo, ¿cuál es tu tara?

- Quiero uno normal.
- Normal...
- An average guy.
- Pero normal... cómo?
- Que sea normal. Tampoco tengo muy claro qué es lo normal y qué no lo es, pero supongo que me refiero a alguien sencillo, transparente, coherente, sin nada que ocultar.
- Igual tú no eres normal.
- Puede ser...
- Igual emites ondas magnéticas anormales.
- Qué dices, ¿que mi magnetismo atrae a anormales? jajajajaja
- Hombre, si te paras a analizar...
- Jajajaja, me río por no llorar.
- Entre inadaptados, desequilibrados y gilipollas a secas... podrías hacer un catálogo estupendo.
- Sí, el catálogo del Venca. Pero de la temporada pasada.
- Jajajaja! Todos con tara.
- Parece que los pillo en el Lefties, la virgen.
- Tienes que hacerles una entrevista previa, en plan ¿estudias o trabajas? pero más del rollo ¿te medicas o tu sistema nervioso central está chachi? o... ¿estás soltero o quizás casado y pretendes ponerle los cuernos a tu mujer conmigo?
- Lo típico, vamos. Yo creo que puede resultar más efectivo el ir directa al grano, algo así como: ¡hola guapo! ¿cuál es tu tara?
- No tienes narices!
- Camarero!!! Un par de tequilas por aquí!!!


domingo, 27 de abril de 2014

La culpa fue del chachachá

Después de mucho tiempo sin pasarme por aquí, hoy voy a partir de una frase muy manida: Nadie es perfecto.
Todos tomamos decisiones. Todos cometemos errores. Todos la cagamos -queriendo y sin querer-. Y ante esto sólo nos queda elegir un bando: asumir la responsabilidad o hacer como que la historia no va con nosotros e incluso llegar al victimismo.

Nos cuesta reconocer que la culpa de ciertas cosas es nuestra. Normalmente atribuimos nuestros éxitos a causas internas, mientras que explicamos nuestros fracasos por causas externas. El clásico: "He aprobado" frente al "Me han suspendido".
Ni todo es tan blanco ni tan negro. Evidentemente hay cosas que se escapan a nuestro control, pero de un modo u otro nuestra responsabilidad está ahí, quizás de una forma que nos cueste percibir. Pongamos por ejemplo que nos encontramos con un antiguo amigo que nos empieza a contar la pena de Murcia y al final acaba amargándonos la tarde. Podrás decir: es que Fulanito me ha fastidiado el día. Pero realmente eres tú quien ha decidido quedarse, escuchar su historia y permitir que te amargase.

Desde luego no es sano (para uno mismo) fustigarse por cada cosa que nos salga torcida; pero igualmente malo (para uno mismo y para los demás) es el victimismo.
Al ser incapaz de responsabilizarse de las situaciones que se viven y defenderse del malestar que ello nos produce atribuyendo las causas de lo ocurrido a los demás uno no puede hacer autocrítica y se hunde en el pesimismo. Simplemente tira del lamento para buscar atención y compasión.
Incluso a veces la "víctima" muestra su malestar atacando, acusando o etiquetando a los demás porque no son como ellos (o como ellos desean que sean). Vamos, otro nuevo espécimen para la carpeta de personalidades tóxicas.

Dicen que de los errores se aprende... pero... ¿y si consideramos que no los hemos cometido?


lunes, 24 de febrero de 2014

Quien espera, desespera

Que levante la mano quien alguna vez en su vida haya tenido esa conversación que empieza con un: y tú ¿qué harías si te tocase la lotería?
Yo siempre digo que me bastaría con tener un pequeño apartamento en el centro, viajar cuando me apeteciese y darme pequeños caprichos sin tener remordimientos; como comprarme ese disco, ir a cenar a ese restaurante o gastarme de más en ese vestido.
Debo de ser muy conformista... nunca he aspirado a tener grandes mansiones o coches deportivos. O eso o es que prefiero no hacerme grandes ilusiones... No espero que me toque la lotería (partiendo de que no juego, las probabilidades disminuyen notablemente) y posiblemente nunca llegue a tener una gran mansión; pero si ahorro un poquillo y no me falta el trabajo quizás pueda vivir en un apartamento en el centro.
Aún así, tampoco me hago ilusiones con largarme a mi propia guarida a corto plazo. Seamos realistas: no tengo trabajo y dudo que pueda pagar un alquiler con mi gracia y saber estar.
Si algún día lo logro será fantástico, pero si no es así tampoco me decepcionaré. No espero nada, que llegue lo que tenga que llegar.
Por un momento es bonito hacerse ilusiones y fantesear con cómo sería ese mundo ideal, rodeados con gente ideal y haciendo cosas ideales; pero resulta complicado no decepcionarse cuando bajas a la realidad y te das cuenta de que no todo es tan maravilloso, la gente te defrauda y no puedes hacer todo lo que te habías imaginado.
A veces se nos escapa lo más obvio, nos cuesta aceptar algunas verdades. Recordando a Bucay: lo que es, es.
La realidad no es como a mí me convendría que sea. No es como debería ser. No es como me dijeron que iba a ser. No es como fue. No es como será mañana. Las cosas son como son.
Yo soy quien soy. No soy la que quisiera ser. No soy la que debería ser. No soy la que mis padres quieren que sea. Ni siquiera soy la que fui. Yo soy quien soy.
Tú eres quien eres. No eres quien yo necesito que seas. No eres el que fuiste. No eres como a mí me conviene. No eres como yo quiero. Tú eres como eres.
Partiendo de esto habrá que tirar para adelante: las cosas son como son y lo que uno espera es cosa suya y alimento de sus decepciones.


jueves, 16 de enero de 2014

Una nueva dimensión

No sé si tengo ganas de ponerme a escribir, más bien me decanto por el no; pero al menos mientras tecleo no me estoy chinchando los padrastos, que a este ritmo me van a llegar hasta el codo.

Últimamente ando escasa de ideas, o mejor dicho: ando escasa de situaciones que me evoquen ideas y me provoquen escribirlas irrefrenablemente. Estoy gastando las pocas palabras que se me ocurren en redacciones para mis clases de inglés –todo sea dicho, con un resultado bastante positivo-.

Desde mi tranquila existencia observo el panorama. Probablemente si fuese verano disfrutaría más de ese pequeño placer que es para mí el sentarme en un banco o en la terraza de un bar y ver la gente pasar; pero dadas las circunstancias meteorológicas tengo que conformarme con lo que me aportan algunos lugares cerrados y la comunicación por las redes sociales (que no es poco, por otra parte).

Siempre me fascinaron las personas, así, en general. Su comportamiento, sus respuestas ante ciertos estímulos, sus interacciones... y les intento buscar una lógica, saber qué hay detrás. El problema es que el ser humano muchas veces ignora toda lógica. Nos quedamos atascados en un vórtice de emociones y sentimientos -culpabilidad, celos, ira...- que nos impide ver las situaciones con claridad. Y a veces arrastramos a los demás al interior de ese vórtice y hasta acabamos en otra dimensión. Hay mucha gente allí, al otro lado, aunque no os lo creáis.
Así que hay días que mi labor de encontrarle lógica se complica y acabo desistiendo. Como ahora, que me voy al sofá porque esto no tiene sentido.